Irma Laciar de Carrica fue
detenida en su domicilio del barrio porteño de Liniers el 18 de abril de 1977 por
fuerzas conjuntas de la Policía Federal y el Ejército Argentino y aún permanece
desaparecida.
Su hijo, Héctor “Pelusa”
Carrica, histórico dirigente de ATE, no cesó nunca de buscarla exigiendo memoria, verdad y justicia tanto en
tribunales nacionales e internacionales como en la calle junto a los organismos
de Derechos Humanos…hasta su fallecimiento el 29 de abril del año pasado.
Este extracto de un
testimonio suyo sobre su madre integrará un cuadernillo de la colección Labradores
de la Salud Popular del IDEP Salud de ATE que será publicado en el marco de los
actos recordatorios al cumplirse un año de su partida.
“Lo que más quedó fue su sonrisa, su alegría. Era una
persona con una jovialidad que no la puedo asociar con la imagen de una viejita…
era tan joven de espíritu y tenía tanta capacidad para tratar con los jóvenes
que lograba que se sintieran siempre cómodos junto a ella.
Despertaba en los demás cariño, admiración. Hoy siento
que no había ningún secreto: era producto del amor a su clase.
Otra cosa que me quedó grabada en la memoria es que
como ella deba clases en casi todos los hospitales públicos de la Capital
Federal, tenía alumnos sembrados en todos lados, y tenía una enorme autoridad
profesional. Es sabido que ningún enfermero o médico que se precie de tal puede
ver un paciente esposado en una cama. Ella hacía un despelote bárbaro cuando le
avisaban que había un militante en cualquier hospital, sacado de la cárcel o de
una comisaría porque estaba grave a causa del maltrato, de la tortura…
esposado a una cama y con custodia policial. Allí iba Irma, con su uniforme, su
cofia, lo primero que hacía era sacar a los policías de al lado de la cama del
paciente y confortarlo, curarlo, transmitir esperanza…, y son muchos los compañeros
que pueden dar testimonio de eso, muchos recuerdan agradecidos ese aliento,
cuando las fuerzas flaqueaban.
(…)
Recuerdo que en una oportunidad, en 1969, estábamos
detenidos en la tristemente conocida Ex Coordinación Federal (hoy
Superintendencia de Seguridad Federal), el cura Rojas -de Córdoba-, Omar
Valderrama -maestro catamarqueño-, Luis Rodeiro -quien había sido muy
torturado- y yo. Cuando ella me fue a visitar, vio en el estado que se
encontraba Luis y, sin pensarlo un instante, armó terrible despelote ante la
superioridad de la Policía Federal, logrando la autorización para curarlo y
asistirlo.
Siempre me vuelve ese recuerdo, esos días… el
ejemplo de los compañeros, la dignidad y entereza con que Luisito Rodeiro
sobrellevó el dolor de la tortura.
(…)
La vieja hacía despelotes contra cualquier estructura
de poder de los hospitales, las cooperadoras, las damas de rosa (esas señoras
de la sociedad, que en su tiempo libre iban a hacer beneficencia a los
hospitales).
Ella enseñaba a las enfermeras y permitía que los pacientes
participaran de la clase, todos juntos, en un mismo ámbito, así concebía la
educación para la salud. Para Irma la salud debía entenderse como un derecho
humano, en consecuencia el destinatario de la salud, que es la comunidad, que
son los más castigados, los humildes, tienen que ser los pilares fundamentales
de cualquier organización de la salud pública.
(…)
Cuando estaba transitando los pasos hacia el final de
su destino, en una charla que tuvimos, aproximadamente dos meses antes de su
detención y posterior desaparición, traté de convencerla de la necesidad de
retroceder y reinsertarse en el interior del país. Ella no aceptó. Me explicó
que tenía que permanecer en Buenos Aires, por ese entonces en la Capital
Federal se concentraban los mayores operativos represivos. En ese momento las
detenciones clandestinas se multiplicaban y comenzaba a vislumbrarse una
escalada de terror, ya no sólo se llevaban a los militantes, también habían
comenzado a desaparecer los familiares y amigos de los compañeros detenidos
políticos.
(…)
No aceptó irse del país, como lo habían hecho
militantes más reconocidos e, incluso, las conducciones de las organizaciones
que rumbeaban hacia el exilio.
Mi vieja solía decirme: el borrarse comienza a
convertirse en un hábito, una vez que se comienza…, se lo decía a sí misma
porque fundamentalmente su objetivo personal era la búsqueda de los compañeros
secuestrados, desaparecidos… Por eso sentía que el hecho de dejarlos en manos
del enemigo era abandonarlos a su suerte.
(…)
La capturaron el 18 de marzo de 1977, a las tres y
media de la mañana arrancándola de su casa, Palmar 6658 en el barrio de Liniers.
Fueron fuerzas conjuntas de la Policía Federal y el Ejército Argentino. La
orden salió del Primer Cuerpo de Ejército, al mando del operativo estuvo el
Teniente Coronel Gatica, en aquel momento Jefe del Regimiento de Patricios.
Junto a Irma fue secuestrado su hermano Carlos Laciar, quien recuperó su
libertad tras ser llevado como testigo del levantamiento de todas las
pertenencias del domicilio de Irma, para ser trasladadas al batallón de
arsenales 101 de Villa Martelli…
… Carlos y su
hija Mirta denunciaron inmediatamente en el Ministerio del Interior esta
detención bajo el expediente N° 221702. Debo decir que mi tío hizo honor al
ejemplo de su hermana porque nunca dejó de denunciar junto conmigo y mi prima Mirta
en todos los foros nacionales e internacionales la desaparición de su hermana
figurando, inclusive, en el libro Nunca Más.
Mamá fue consecuente: supo ir hasta el final, y dio
todo”.