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El pasado sábado 27 de abril, el pueblo Riojano acompaño la beatificación de su pastor más emblemático.

A más de 40 años de su
trágica muerte en la Rioja y luego del silencio que la Iglesia mantuvo durante
varias décadas, el papa Francisco reivindico y proclamo mártir al Obispo
Enrrique Angelelli.  

El pasado sábado 27 de
abril, el pueblo Riojano acompaño la beatificación de su pastor más emblemático
que pasara a ser venerado en las iglesias junto con los sacerdotes Carlos de
Dios Murias,  Gabriel Longeville y el
laico  Wenceslao Pedernera quienes
derramaron su sangre y también fueron declarados beatos.

Desde el Departamento
de Derechos Humanos, Héctor Carrica, explicó que “los  cuatros 
mártires riojanos son las primeras víctimas de la dictadura militar, los
tres colaboradores directos de Angelelli fueron asesinados unos días antes que
el, donde simularon un accidente del vehículo que el propio Angelelli conducía”.

En el proceso de
beatificación tuvo influencia la sentencia del 2014 que certifico que Angelelli
murió por acción premeditada, provocada y ejecutada en el marco del terrorismo
de Estado. “Él había aportado la documentación sobre la violencia con su
comunidad y que enviada a Roma pocos días antes de su asesinato el 4 de agosto
de 1976”, acotó Carrica.

El Obispo desde sus
inicios como sacerdote trabajó con la Juventud Obrera Católica. Después de sus estudios
para sacerdote, en Roma, fue destinado a Córdoba, donde  impulso el trabajo pastoral con los obreros,  que lo acerco a los sindicatos y dirigentes
gremiales.

Angelelli ya obispo de
la Rioja, territorio en el que dejo su sello sus gestos de cercanía, cómo la
decisión de trasladar la celebración central de navidad a los barrios más
vulnerables y las unidades penitenciarias, “simbolizan su distanciamiento de
las prácticas más tradicionales en una sociedad y en una jerarquía católica
marcadamente conservadora”, señaló Carrica, antes de agregar que “la enérgica
predica a favor de la formación de cooperativas rurales para el acceso a los latifundios
improductivos y los insistentes reclamos por un servicio más racional  y equitativo del agua,  un recurso escaso en una zona tan árida como
la Rioja, agudizaron los enfrentamientos”.

En junio  de 1973 Angelelli fue recibido a piedrazos en
Anillaco,  en una revuelta promovida por
terratenientes locales, entre  los que
sobresalía Amado Menem, hermano del gobernador Carlos Menem, quien freno la
propuesta de ceder la tierra a las cooperativas. El ataque del principal medio,
el periódico  El Sol, alentaba la violencia
contra Angelelli, conformando un coctel inflamable en la provincia.

“Con  el golpe militar de 1976 se hizo visible el
clima de hostigamiento en la iglesia riojana, a partir de las detenciones,
secuestros requisas y seguimientos sufridos por sacerdotes, religiosas y laicos
comprometidos con el obispo”, subrayó el responsable de DDHH de ATE.

De hecho también se grababan
las misas en las iglesias. El 17 de marzo, una semana antes del golpe de estado,
el vice comodoro  Lázaro Aguirre, jefe de
la base aérea, interrumpió una homilía del obispo acusándolo de hacer política
en un acto  religioso, por lo que  suprimió las transmisiones radiales de las
misas que Angelelli oficiaba en la catedral.

“No es hora de mártires
es hora de que vivan, les conto a los dirigentes campesinos Rafael Sifre y Juan
Carlos Di Marco, del movimiento rural, a quienes exhortó a abandonar el país”,
relata Carrica, a propósito de que el propio obispo le dio a Sifre la ropa  que llevaba debajo de la sotana, saliendo
ellos hacia Roma.

Los acontecimientos se
precipitaron y el 18 de julio de 1976 los padres Murias y Longueville, que
realizaban tareas sociales en la parroquia del Salvador de Chamical, fueron
secuestrados y sus cuerpos aparecieron dos días después, maniatados y
asesinados. El domingo siguiente una patrulla paramilitar, acribillo al
dirigente  laico Wenceslao Pedernera en
la puerta de su casa, en Señogasta, frente a su mujer y sus tres hijos pequeños.
Pedernera salía de su casa para encabezar 
las exequias de los curas. Entonces Angelelli reunió a los sacerdotes y
religiosas y dibujó un círculo en forma de espiral, marcando los
acontecimientos que se sucedieron. Se coloco el mismo en el medio y les dijo:
ahora  me toca a mí.

El obispo rezó una
novena (nueve días de oración) en honor a los padres Carlos  y Gabriel, y de Wenceslao, y conversó con los
vecinos para reunir testimonios que contribuyan a investigar los asesinatos.

Hubo un obispo que lo
alertó y alentó a salir del país: Monseñor Hesayne. Angelelli contestó que “no
podía abandonar a su rebaño porque si me voy seguirán matando a mis ovejas”: siete
días después lo asesinaron.

En la tarde del 4 de
agosto se subió a la camioneta que el conducía para regresar a la Rioja
acompañado por el padre Arturo Pinto (que fue testigo), siendo  seguidos y produciendo un vuelco fatal
que  provoco la muerte instantánea del
obispo.

En el juicio que llevó
años, se demostró que fue un asesinato premeditado, por el que fueron
condenados los militares general Luciano Benjamín  Menéndez y el Brigadier Luis Fernando
Estrella, acusados ambos como autores intelectuales.

En el 2006 el entonces
cardenal Jorge Bergoglio, impulsó que fuera la propia iglesia la que se
presentara como querellante, y denunció públicamente el derramamiento de sangre.

Bergoglio
sentenció: “el día que asesinaron a Angelelli alguno se puso contento. Creyó
que era su triunfo, pero fue la derrota de sus adversarios”.

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